Las autoridades y los líderes empresariales reunidos estos días en el Foro Económico Mundial de Davos enfrentan un nudo gordiano de problemas.
Ya sea la desaceleración económica mundial, ya sea el cambio climático, o la crisis del costo de vida y los elevados niveles de deuda: no hay forma fácil de cortarlo. A eso hay que añadir las tensiones geopolíticas que todavía han complicado más la respuesta a problemas fundamentales a escala mundial.
Lo cierto es que, aunque necesitamos ampliar la cooperación internacional en varios frentes, tenemos delante el fantasma de una nueva guerra fría, que podría fragmentar el mundo en bloques económicos rivales. Sería un error de política colectivo que nos dejaría a todos más empobrecidos y desprotegidos.
Además, supondría un desconcertante revés de la fortuna. Al fin y al cabo, la integración económica ha hecho posible que miles de millones de personas sean más ricas, gocen de mejor salud y reciban una mejor educación. Desde el final de la Guerra Fría, la economía mundial casi ha triplicado su tamaño, y unos 1.500 millones de personas han logrado salir de la pobreza extrema. Estos dividendos en forma de paz y cooperación no deberían desperdiciarse.
Aumento de los riesgos de fragmentación
Sin embargo, la integración mundial no ha beneficiado a todos. Los trastornos generados por los cambios en el comercio y la tecnología han perjudicado a ciertas comunidades. El respaldo público a la apertura económica ha perdido fuerza en varios países. Además, los flujos transfronterizos de bienes y capital han venido nivelándose desde la crisis financiera mundial.
Pero eso es solo una parte de la historia. Las tensiones comerciales entre las dos economías más grandes del mundo han crecido ante la escalada mundial de nuevas restricciones comerciales. Mientras tanto, la invasión rusa de Ucrania no solo ha causado sufrimiento humano, sino también enormes perturbaciones en los flujos financieros, de alimentos y de energía de todo el planeta.
Es cierto que los países siempre han aplicado restricciones al comercio de bienes, servicios y activos por motivos económicos y de seguridad nacional legítimos. Además, las perturbaciones en las cadenas de suministro durante la pandemia de COVID-19 reorientaron la atención hacia la seguridad económica y la forma de aumentar la resiliencia de estas cadenas.
Desde que se declaró el brote, el uso de los términos "relocalización interna de la producción" y "deslocalización cercana" en las presentaciones de resultados de las empresas se ha multiplicado casi por diez. Existe el peligro de que las intervenciones de políticas acordadas en aras de la seguridad económica y nacional tengan consecuencias imprevistas, o que puedan utilizarse deliberadamente para obtener beneficios económicos a costa de terceros.
Esto podría empujarnos peligrosamente hacia un proceso imparable de fragmentación geoeconómica.
Estudios recientes presentan amplias divergencias en cuanto a los costos de dicha fragmentación. A más largo plazo, el costo de la fragmentación del comercio podría variar entre el 0,2% del producto mundial en un escenario de fragmentación limitada y casi el 7% en una coyuntura más difícil, lo cual equivaldría más o menos al producto anual combinado de Alemania y Japón. Si a ello le sumamos el desacoplamiento tecnológico, algunos países podrían registrar pérdidas de hasta un 12% del PIB.
Aun así, según nuevos análisis del personal técnico del FMI el impacto total sería tendería a ser mayor aún, dependiendo del número de canales de fragmentación que se consideren. Además de las restricciones al comercio y las barreras a la difusión de la tecnología, la fragmentación podría manifestarse en restricciones a la migración transfronteriza, una reducción de los flujos de capital y un fuerte descenso de la cooperación internacional, lo cual nos impediría abordar los retos a los que se enfrenta un mundo más propenso a los shocks.
Esto supondría sobre todo dificultades para quienes se vean más afectados por la fragmentación. Los consumidores de menores ingresos de las economías avanzadas dejarían de tener acceso a bienes importados más baratos. Las pequeñas economías de mercado abierto se resentirían muchísimo. La mayor parte de Asia se vería afectada, ya que depende enormemente del comercio abierto.
Asimismo, las economías emergentes y en desarrollo no podrían seguir beneficiándose de la transferencia de tecnologías, que han realzado el crecimiento de la productividad y los niveles de vida. En vez de converger hacia los niveles de ingreso de las economías avanzadas, el mundo en desarrollo se verá más rezagado.
Centrarse en lo que más importa: el comercio, la deuda y la acción por el clima
¿Cómo entonces hemos de hacer frente a la fragmentación? Pues adoptando un enfoque pragmático. Esto significa centrarse en ámbitos en los que la cooperación es esencial y la demora no es una opción. También implica buscar nuevas maneras de alcanzar objetivos comunes. Permítanme destacar tres prioridades.
En primer lugar, fortalecer el sistema de comercio internacional.
En una economía mundial asediada por un crecimiento débil y una inflación elevada, necesitamos un motor comercial mucho más potente. Las previsiones indican que el crecimiento comercial disminuirá en 2023, así que es todavía más urgente desmantelar los subsidios y restricciones comerciales de efectos distorsionadores que se han adoptado en los últimos años.
Lo primero que hay que hacer para reforzar el papel del comercio dentro de la economía mundial es reformar a fondo la Organización Mundial del Comercio (OMC) y concretar acuerdos de apertura de mercados basados en los principios de esta organización. No obstante, alcanzar acuerdos sobre temas comerciales complicados sigue siendo una tarea difícil, por la composición diversa de la OMC, la creciente complejidad de la política comercial y la agudización de las tensiones geopolíticas.
En algunos ámbitos, los acuerdos plurilaterales entre subgrupos de países miembros de la OMC pueden ser un camino a seguir. Un ejemplo es el nuevo acuerdo en materia de cooperación reglamentaria en el sector de los servicios —que abarca desde servicios financieros hasta servicios telefónicos de atención al cliente—, con potencial para reducir el costo de prestación de servicios transfronterizos.
También se necesita pragmatismo a la hora de reforzar las cadenas de suministro. Hay que recalcar que, a pesar de que la mayoría de las cadenas de suministro han sido resilientes, es comprensible que las recientes perturbaciones en el abastecimiento de alimentos y energía hayan generado preocupación. No obstante, decisiones de política como la relocalización interna de la producción podrían incrementar la vulnerabilidad de los países a los shocks. Según estudios del FMI, la diversificación puede reducir a la mitad las pérdidas económicas potenciales por perturbaciones en el suministro.
Mientras tanto, los países deben sopesar cuidadosamente los costos, tanto internos como externos, derivados de las medidas de seguridad nacional que inciden en el comercio o la inversión. Asimismo, hay que crear mecanismos para proteger a los grupos vulnerables de las medidas unilaterales. Un buen ejemplo de ello es la obligación, acordada recientemente, de excluir de las restricciones a la exportación de alimentos las exportaciones a organizaciones humanitarias como el Programa Mundial de Alimentos.
Sin embargo, aun siendo significativas, estas iniciativas no son suficientes. También es necesario mejorar las políticas nacionales: introducir mejoras en las redes de protección social, invertir en capacitación laboral, o incrementar la movilidad laboral entre sectores, regiones y oficios. Así nos cercioraremos de que el comercio beneficie a todos.
En segundo lugar, ayudar a los países vulnerables a abordar la deuda.
La fragmentación podría dificultar aún más la prestación de ayuda a muchas economías emergentes y en desarrollo vulnerables, castigadas por varios shocks. Fijémonos en uno de los retos que enfrentan muchos países: la deuda. La fragmentación complicará la resolución de las crisis de la deuda soberana, sobre todo si los principales acreedores oficiales defienden posiciones geopolíticas enfrentadas.
Alrededor de un 15% de los países de ingreso bajo ya se encuentran en una situación crítica por sobreendeudamiento, y otro 45% corre un gran riesgo de caer en ella. Entre los mercados emergentes, el porcentaje de los que enfrentan un gran riesgo y registran diferenciales de endeudamiento que apuntan a un incumplimiento crediticio ronda el 25%.
En cuanto al Marco Común del G-20 para el tratamiento de la deuda, hay señales de progreso: Hace poco, Chadllegó a un acuerdo con sus acreedores oficiales y privados, Zambia está trabajando en una reestructuración de la deuda, y Ghana acaba de convertirse en el cuarto país que solicita un tratamiento acorde con el Marco Común, lo que deja entrever de que este se considera una vía importante para reorganizar la deuda. Sin embargo, los acreedores oficiales tienen mucho por hacer.
Los países que desean reestructurar la deuda de conforme al Marco necesitan que los procesos y normas gocen de mayor certidumbre, y que los plazos sean más cortos y previsibles. Por otro lado, es preciso mejorar los procedimientos que se aplican a países no incluidos en el Marco. En apoyo a estas mejoras, el FMI, el Banco Mundial y la presidencia india del G20 están trabajando con prestatarios y acreedores públicos y privados en la pronta organización de una mesa redonda mundial sobre deuda soberana, en la que se puedan analizar las carencias actuales y avanzar hacia su resolución.
Estas y otras medidas pragmáticas, como nuevos avances en cuanto a las disposiciones de voto mayoritario para cláusulas de préstamos soberanos y deuda resiliente frente al cambio climático, pueden ayudar a mejorar la resolución de la deuda. De esta manera se reduciría la incertidumbre económica y financiera, además de ayudar a los países a reanudar la inversión en su futuro.
En tercer lugar, ampliar la acción por el clima.
A la hora de abordar la crisis climática, la acción colectiva es también indispensable. El año pasado, sin ir más lejos, se produjeron catástrofes climáticas en los cinco continentes; solo en Estados Unidos, los daños ascendieron a USD 165.000 millones. Esto confirma que no mitigar el calentamiento global conlleva enormes riesgos económicos y financieros.
Sin embargo, al año pasado también hubo buenas noticias. El acuerdo de creación de un fondo para daños y perjuicios a disposición de los países más vulnerables en la COP27 demuestra que el progreso es posible, si existe voluntad política suficiente. Es el momento de adoptar nuevas medidas pragmáticas para reducir las emisiones y restringir los combustibles fósiles.
El establecimiento de un precio mínimo internacional del carbono para los principales países emisores podría suponer un antes y un después. Su objetivo sería una tarificación del carbono o la adopción de medidas equivalentes en un procedimiento equitativo que complementaría y apuntalaría el Acuerdo de París. Por otro lado, están las "asociaciones para una transición energética justa" entre grupos de donantes y países, como Sudáfrica e Indonesia.
Debemos también incrementar el financiamiento climático para ayudar a los países vulnerables a adaptarse. El uso innovador de los balances públicos —en forma de garantías de crédito, capital e inversiones de primera pérdida— puede ayudar a movilizar miles de millones de dólares en financiamiento privado.
Y, por supuesto, necesitamos mejores datos sobre los proyectos climáticos: será útil contar con normas y principios de divulgación armonizados, así como con taxonomías que permitan alinear las inversiones con los objetivos climáticos.
El papel del FMI
En todos estos ámbitos, el FMI seguirá respaldando a los países miembros, mediante asesoramiento sobre políticas, iniciativas de fortalecimiento de las capacidades y apoyo financiero.
Desde el inicio de la pandemia, hemos proporcionado USD 267.000 millones en financiamiento nuevo. Asimismo, gracias a la voluntad colectiva de los países miembros, realizamos una asignación sin precedentes de derechos especiales de giro por un monto de USD 650.000 millones, que permitió incrementar sustancialmente las reservas de estos países. De esta forma, muchos países vulnerables pudieron mantener el acceso a liquidez y liberar recursos para pagar vacunas y servicios de salud.
Ahora estamos ayudando a los países con reservas más sólidas a canalizar sus DEG a países cuyas necesidades son mayores. Esta medida pragmática podría ser determinante en muchos países. Por el momento, contamos con USD 40.000 millones en compromisos en DEG para el Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad, que ayudarán a países vulnerables de ingreso bajo y mediano a abordar problemas estructurales, como las pandemias y el cambio climático.
Dicho de otra manera, sabemos cuáles son los problemas mundiales más importantes, y sabemos que es fundamental hacer frente a la fragmentación en estos ámbitos cruciales.
Es posible que las medidas pragmáticas para combatir la fragmentación no actúen como la espada capaz de cortar el nudo gordiano de problemas mundiales. No obstante, los avances que permitan recuperar la confianza y dar impulso a la cooperación internacional serán decisivos.
Las reuniones de Davos serán un signo de esperanza, de que podemos avanzar por buen rumbo y promover una integración económica que nos traiga paz y prosperidad a todos.